lunes, 10 de agosto de 2009

La pobreza de la Cruz.

Fue el patíbulo de Jesús. Donde entregó su vida para librarnos de los pecados.
Un árbol de muerte para recibir a la muerte.
Madera. Simple y llana madera. Sin adornos. Sin lujos. Sólo madera.
¿Por qué veneramos a la Cruz? ¿Porque allí murió Cristo? También murieron otras personas antes e incluso después de Él.
La cruz fue pobre. Desnuda. Fría.
Seguiría siendo así si sólo la mirásemos a ella como instrumento de muerte. Para comprenderla hay que asociarla a Cristo.
¿Porque somos morbosos? No. La veneramos por lo que representa. Porque en esa cruz terminó la vida terrenal nuestro redentor. Porque fue el inicio de la comprensión de sus enseñanzas.
Dios no mandó a su hijo para sacrificarlo (aunque lo consintió como muestra de inmenso amor al hombre), sino para redimir nuestras ofensas a Él. Su muerte en la madera inició la vida eterna y demostró su victoria. “Al tercer día resucitó”. Por lo tanto la cruz no es un símbolo de muerte, sino de salvación. De vida.
Los cristianos la representamos, en algunos casos, con incrustaciones de orfebrería, en metales preciosos, etc. No por adoración al símbolo sino para destacar ese instrumento de salvación. Nuestra cultura es muy dada a los símbolos y a engrandecer a los de importancia. Por ello y no por otro motivo se festeja la cruz. Se representan con lujos, con piedras preciosas, se realizan en metales nobles. En resumen, se le da importancia al símbolo no por el objeto en si, sino por lo que representó. No como madera en si, sino como un signo de la redención y signo principal del cristianismo.
Ciertamente Cristo resucitó. Ese es uno de los misterios fundamentales de nuestra Fe y no por ello debemos restar importancia al hecho de su muerte en esa cruz, pues con ese acto fuimos salvados por la sangre del cordero.



Manuel J. Almonte Hijón